Adiós, mi vida, si puedo luego volveré.
Dirigiéndonos hacia la habitación Carlos me miraba agotado, extenuado, el caminar se hacía pesado, lento. El sentimiento de abandono es patente en todo momento, pesa en la mente, en el cuerpo, en el alma. Como si de puro hormigón se tratara.
El cerrar de la puerta al fondo, te dice:" ojos que no ven, corazón que no siente" pero, no es verdad, no en mi caso, yo sí sentía que mi hija me necesitaba.
Murmurando como si una ancianita fuera, me hacía mis propias recetas mentales.
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