Hoy hace trece años nació una niña muy especial entre nosotros. Para ella es este cuento, hecho por su madre. Para ti mi Lorena del alma.
El niño costurero
Un niño abandonado en el bosque. Un bosque lúgubre, matoso, dónde la luz apenas entraba por la frondosidad que las ramas de sus árboles tendían al aire.
Un niño sucio, embarrado, untado por la Tierra Madre de todos la cual había cuidado de él desde que apareció traído por el lecho del río. Alimentado de lo que la tierra le proveía y saciado en su sed por lo que la corriente del río llevaba.
No alcanzaría los 7 años cuando su máxima curiosidad le lleva a querer explorar lo no seguro, aquello que va más allá de lo ya conocido. Salta a través del bosque, corre a través de sus troncos y matojos, y va a parar a la circunvalación de unas casas que todavía no conforman el pueblo, pero que se ubican cerca de este.
Allí un corral entrado en el bosque lleno de gallinas y un par de gallos. Alambrado, como cual caja en la que habitan seres plumados sin poder pasear libres por las praderas.
Traspasa por debajo el corral y ve las promiscuas gallinas bailando alrededor de los gallos.
Como siempre se queda con toda la clase de detalles de los animales, una memoria prodigiosa.
Embobado por un tiempo, despierta para acercarse a lo que era la entrada de una casa. Por bajo del corral, bajo monte, un caserón inmenso donde se apreciaba signos de vida, ya que la humeante chimenea así lo proclamaba.
Fué personarse en la puerta entreabierta, abrirla de par en par y ver a tres mujeres de avanzada edad afanarse en tareas de costura: una planchaba y estiraba la tela. La otra cortaba y hacía trozos, la tercera cosía y unía retales para dar forma a diferentes prendas; camisas, camisetas, pantalones, vestidos. Incluso prendas que vestían el hogar; colchas, manteles, toallas, etcétera. Un sinfín de colores, texturas y armoniosidad para lucir no sólo las mejores galas, sino el día a día de personajes de pueblo humildes.
Fué acogido por las tres ancianas, acicalado y limpiado hasta la última parte en que su cuerpo toma contacto con lo que le rodea, la nada. Puesto a punto, con unas calzas largas y una camisa blanca. Enseñado en el arte de la costura; punzada punzada, elvan sobre elvan., cosido sobre cosido.
Lo mismo bordada que se hacía una gorra.
Poco o nada conocido por sus vecinos.
El chico que manejaría una aguja cual extremidad prolongada.
Poco a poco, las ancianas le irían encomendando recados para agrandar su arte en el manejo de la aguja.
- Hoy le harás unos pantalones a Uxue, la carnicera del pueblo. Ha pedido algo vistoso pero elegante a la vez- dijo la más mayor de las mujeres.
Ni corto ni perezoso cogió su aguja y con pequeños retales de cuadros y gallinas le hizo un elegante traje a la carnicera. No sólo el pantalón sino una casaca con bolsillo y remates a juego con el bonito estampado elegido y conformado a mano.
- Precioso! muy el alegre y práctico muchacho! mi más enhorabuena- le dijo Uxue, la carnicera del pueblo.
Estaba tan contenta y agradecida que pagole bien por el trabajo hecho. Trabajo más propina por el buen gusto de lo ofrecido.
El siguiente sería Alex, el peluquero. Quería unas camisas a conjunto para él y las dos muchachas que conformaban su empresa.
Para inspirarse un poco más, el muchacho decidió bajar por primera vez al pueblo, al centro, donde estaba la peluquería de Álex.
La gente lo veía pasar y cuchicheaba a sus espaldas pero él sentía las miradas clavadas sobre su propio ser y atendía a las exclamaciones que la gente emitía.
- Mirad ese es el muchacho venido del bosque! el que vive con las tres ancianas! - Dicen que estaba muy sucio y que es huérfano!
Chu chu chu chu chu chu chu chu chu todo era rumorear.
Pasó por una fuente en forma de pozo andaluz y asomose por la curiosidad del tintinear del agua. Al fondo avistó una gran pez de color naranja. Bellísimo en su danzar con el agua. Aquel pez le recordó algo en su memoria que todavía no era nítidamente un recuerdo. Fue un pequeño flash que se había encendido.
Echose para atrás enseguida y corrió hasta la entrada de la peluquería de Álex. La única en el pueblo. Abrió la puerta y entró en un mundo donde el negro azabache bañaban las cuatro paredes que rodeaban la estancia.
Abrumado recordó de otro flashazo el bosque y su falta de luz.
Resaltando estaban unos elegantes espejos plateados, colgados de sus paredes, donde el reflejo de las personas resaltaba cuando estaban en proceso de acicalarse. Le recordó al fondo del pozo, donde el agua cristalina devuelve el reflejo. Entonces, le vino la inspiración; haría camisas con peces de colores que alegrarán aquel entorno.
Dicho y hecho. Tras un mes de arduo trabajo nuestro muchacho hizo camisas negras bordadas de peces de vistosos colores que cantineaban en el pozo negro de Álex, cual amplio estanque se tratara.
Pero fue mientras elvan a elvan, punzada a punzada, cosida a cosida, bordaba todos los peces e iba recordando como un niño pequeño se asomaba ansioso de curiosidad al extremo de un pozo. Sólo quería ver su reflejo en el agua, pero apoyado de puntillas y sin apenas llegar a divisar más que una ranita que saltaba al agua, cogió impulso para poder verla y se abalanzó de tal manera que cayó dentro del pozo. Sus ojos en principio fuertemente cerrados lograron abrirse, aunque, agitaba sin parar sus extremidades sin saber bien lo que hacía, sin coordinarse.
Ojiplático vió a la ranita salir del agua. Miró al fondo y observo un gran pez naranja que le indicaría que había una salida pegada a una de las paredes cercanas al suelo del pozo.
No pudiendo sostenerse hacia arriba, decidió seguir al pez naranja y atravesó el agujero negro del fondo hasta llegar al desembalse de un pequeño río, donde a duras penas y entrecortada respiración echaría más agua desde sus pequeños pulmones que el propio saliente. Enfangado saldría del río y cohabitaría en aquello que el habría conocido como su propia casa, hasta los siete u ocho años de edad.
Contoles a sus ancianas amigas la historia y ellas sólo recordaban que un niño fue perdido o sustraído de un lugar. Aquel lugar hoy era pasto del odio y la ira. Eran gente de bien, pero tras el suceso desolador de haber perdido a un hijo se transformó el hogar en un sinvivir. Pregúntoles a las ancianas nuestro muchacho donde habitaba aquella familia y ya con 15 años más que cumplidos decide ir a visitarla.
Coge unos pocos retales, unas cuantas bobinas de hilos y sus agujas.
Un niño abandonado en el bosque. Un bosque lúgubre, matoso, dónde la luz apenas entraba por la frondosidad que las ramas de sus árboles tendían al aire.
Un niño sucio, embarrado, untado por la Tierra Madre de todos la cual había cuidado de él desde que apareció traído por el lecho del río. Alimentado de lo que la tierra le proveía y saciado en su sed por lo que la corriente del río llevaba.
No alcanzaría los 7 años cuando su máxima curiosidad le lleva a querer explorar lo no seguro, aquello que va más allá de lo ya conocido. Salta a través del bosque, corre a través de sus troncos y matojos, y va a parar a la circunvalación de unas casas que todavía no conforman el pueblo, pero que se ubican cerca de este.
Allí un corral entrado en el bosque lleno de gallinas y un par de gallos. Alambrado, como cual caja en la que habitan seres plumados sin poder pasear libres por las praderas.
Traspasa por debajo el corral y ve las promiscuas gallinas bailando alrededor de los gallos.
Como siempre se queda con toda la clase de detalles de los animales, una memoria prodigiosa.
Embobado por un tiempo, despierta para acercarse a lo que era la entrada de una casa. Por bajo del corral, bajo monte, un caserón inmenso donde se apreciaba signos de vida, ya que la humeante chimenea así lo proclamaba.
Fué personarse en la puerta entreabierta, abrirla de par en par y ver a tres mujeres de avanzada edad afanarse en tareas de costura: una planchaba y estiraba la tela. La otra cortaba y hacía trozos, la tercera cosía y unía retales para dar forma a diferentes prendas; camisas, camisetas, pantalones, vestidos. Incluso prendas que vestían el hogar; colchas, manteles, toallas, etcétera. Un sinfín de colores, texturas y armoniosidad para lucir no sólo las mejores galas, sino el día a día de personajes de pueblo humildes.
Fué acogido por las tres ancianas, acicalado y limpiado hasta la última parte en que su cuerpo toma contacto con lo que le rodea, la nada. Puesto a punto, con unas calzas largas y una camisa blanca. Enseñado en el arte de la costura; punzada punzada, elvan sobre elvan., cosido sobre cosido.
Lo mismo bordada que se hacía una gorra.
Poco o nada conocido por sus vecinos.
El chico que manejaría una aguja cual extremidad prolongada.
Poco a poco, las ancianas le irían encomendando recados para agrandar su arte en el manejo de la aguja.
- Hoy le harás unos pantalones a Uxue, la carnicera del pueblo. Ha pedido algo vistoso pero elegante a la vez- dijo la más mayor de las mujeres.
Ni corto ni perezoso cogió su aguja y con pequeños retales de cuadros y gallinas le hizo un elegante traje a la carnicera. No sólo el pantalón sino una casaca con bolsillo y remates a juego con el bonito estampado elegido y conformado a mano.
- Precioso! muy el alegre y práctico muchacho! mi más enhorabuena- le dijo Uxue, la carnicera del pueblo.
Estaba tan contenta y agradecida que pagole bien por el trabajo hecho. Trabajo más propina por el buen gusto de lo ofrecido.
El siguiente sería Alex, el peluquero. Quería unas camisas a conjunto para él y las dos muchachas que conformaban su empresa.
Para inspirarse un poco más, el muchacho decidió bajar por primera vez al pueblo, al centro, donde estaba la peluquería de Álex.
La gente lo veía pasar y cuchicheaba a sus espaldas pero él sentía las miradas clavadas sobre su propio ser y atendía a las exclamaciones que la gente emitía.
- Mirad ese es el muchacho venido del bosque! el que vive con las tres ancianas! - Dicen que estaba muy sucio y que es huérfano!
Chu chu chu chu chu chu chu chu chu todo era rumorear.
Pasó por una fuente en forma de pozo andaluz y asomose por la curiosidad del tintinear del agua. Al fondo avistó una gran pez de color naranja. Bellísimo en su danzar con el agua. Aquel pez le recordó algo en su memoria que todavía no era nítidamente un recuerdo. Fue un pequeño flash que se había encendido.
Echose para atrás enseguida y corrió hasta la entrada de la peluquería de Álex. La única en el pueblo. Abrió la puerta y entró en un mundo donde el negro azabache bañaban las cuatro paredes que rodeaban la estancia.
Abrumado recordó de otro flashazo el bosque y su falta de luz.
Resaltando estaban unos elegantes espejos plateados, colgados de sus paredes, donde el reflejo de las personas resaltaba cuando estaban en proceso de acicalarse. Le recordó al fondo del pozo, donde el agua cristalina devuelve el reflejo. Entonces, le vino la inspiración; haría camisas con peces de colores que alegrarán aquel entorno.
Dicho y hecho. Tras un mes de arduo trabajo nuestro muchacho hizo camisas negras bordadas de peces de vistosos colores que cantineaban en el pozo negro de Álex, cual amplio estanque se tratara.
Pero fue mientras elvan a elvan, punzada a punzada, cosida a cosida, bordaba todos los peces e iba recordando como un niño pequeño se asomaba ansioso de curiosidad al extremo de un pozo. Sólo quería ver su reflejo en el agua, pero apoyado de puntillas y sin apenas llegar a divisar más que una ranita que saltaba al agua, cogió impulso para poder verla y se abalanzó de tal manera que cayó dentro del pozo. Sus ojos en principio fuertemente cerrados lograron abrirse, aunque, agitaba sin parar sus extremidades sin saber bien lo que hacía, sin coordinarse.
Ojiplático vió a la ranita salir del agua. Miró al fondo y observo un gran pez naranja que le indicaría que había una salida pegada a una de las paredes cercanas al suelo del pozo.
No pudiendo sostenerse hacia arriba, decidió seguir al pez naranja y atravesó el agujero negro del fondo hasta llegar al desembalse de un pequeño río, donde a duras penas y entrecortada respiración echaría más agua desde sus pequeños pulmones que el propio saliente. Enfangado saldría del río y cohabitaría en aquello que el habría conocido como su propia casa, hasta los siete u ocho años de edad.
Contoles a sus ancianas amigas la historia y ellas sólo recordaban que un niño fue perdido o sustraído de un lugar. Aquel lugar hoy era pasto del odio y la ira. Eran gente de bien, pero tras el suceso desolador de haber perdido a un hijo se transformó el hogar en un sinvivir. Pregúntoles a las ancianas nuestro muchacho donde habitaba aquella familia y ya con 15 años más que cumplidos decide ir a visitarla.
Coge unos pocos retales, unas cuantas bobinas de hilos y sus agujas.
Parte todo ilusionado y con el apoyo de sus tres grandes amigas.
Llegado a la casa donde se le había indicado, toca el timbre y visiona como una reja le abre el paso a una gran mansión pintada de blanco y rosa. Avanza hacia el porche de la casa y ve como un señor en traje le pregunta:
-¿Qué se le ofrece muchacho?
El extiende una carta con referencias en el arte de la costura y ofrece sus servicios.
- Perdóneme, voy a hablar con la señora ahora le atiendo.
Al rato aparece una bella mujer pero cuyos ojos solo abarcaban la tristeza.
- No, no necesitamos cambiar nada.
- Perdóneme, tiene una casa preciosa, de color rosa pero sus ventanales están cubiertos por tupidos cortinajes negros. No alcanzan a ver pasar los rayos de luz tan necesarios para que crezcan los niños.
- Es rosa porque era el color preferido de mi hijo, le encantaba el rosa y los brillantes reflejos del agua. Pero los perdimos y desde entonces en esta casa no necesitamos mucha luz.
-Perdóneme de nuevo, sin la luz uno sólo destila tristeza. Los rayos de la mañana empiezan a dar calor y vida como si de una jungla se tratara, es necesario que aclaren sus cortinones, créanme sé de que les habló.
Convenció así a la mujer para hacer unas nuevas cortinas.
- Mi hijo ahora tendría tu edad!-le dijo el señor de la casa un día- pero era tan pizpireto y tan ávido de curiosidad que un día en el jardín lo dejamos jugando suelto y desapareció.
La señora lloraba y lloraba... todavía no había superado la pérdida de su hijo.
Puso en todas las estancias cortinones nuevos a juego con los edredones y los tapices. Hizo bordados en las toallas preciosos, con las iniciales de los señores.
En todas las estancias menos en una, la habitación del hijo perdido.
Cuando le tocó aquella habitación hizo una petición; "por favor, no me molesten para verla hasta que esté finalizada."
Pidió tela rosa, fucsia y diferentes gamas de brillantitos. Vistió la habitación con un gusto extremo, sin hacerla infantil sino más bien de adolescente. Con pétalos de flores cayendo por los cortinones y con hojas rosaceas y rojizas cual otoño ideal.
Un glamuroso retoque de brillantes como polvo de hadas resaltaba el entrar de la luz por la ventana.
En el cuarto de baño habría unas toallas con las iniciales de un niño no nombrado y un muchacho tampoco designado con nombre alguno. Tan sólo apodado "el muchacho del bosque". Las iniciales serían una uve "V".
V de Valentín, nombre que se le apareció en su primer flash sin ser tan sólo un recuerdo.
Todos quedaron ensimismados, apabullados y escandalosamente abrumados por el detalle con el que se había engalanado la alcoba del pequeño Valentín.
La madre lloraba, pero esta vez de alegría.
Sólo haría falta una prueba de ADN y toda la luz de la habitación sería para traer alegría aquella casa.
Contoles entonces el hijo su historia y tremendamente agradecidos fueron a ver a las tres ancianas para demostrar ampliamente su gratitud por haber hecho de Valentín un hombre de provecho, un gran artista de la costura.
El cual de mayor y gracias a la condición de sus padres llegaría a vestir a grandes modelos y hacerlas desfilar por las grandes pasarelas del mundo.
Llegado a la casa donde se le había indicado, toca el timbre y visiona como una reja le abre el paso a una gran mansión pintada de blanco y rosa. Avanza hacia el porche de la casa y ve como un señor en traje le pregunta:
-¿Qué se le ofrece muchacho?
El extiende una carta con referencias en el arte de la costura y ofrece sus servicios.
- Perdóneme, voy a hablar con la señora ahora le atiendo.
Al rato aparece una bella mujer pero cuyos ojos solo abarcaban la tristeza.
- No, no necesitamos cambiar nada.
- Perdóneme, tiene una casa preciosa, de color rosa pero sus ventanales están cubiertos por tupidos cortinajes negros. No alcanzan a ver pasar los rayos de luz tan necesarios para que crezcan los niños.
- Es rosa porque era el color preferido de mi hijo, le encantaba el rosa y los brillantes reflejos del agua. Pero los perdimos y desde entonces en esta casa no necesitamos mucha luz.
-Perdóneme de nuevo, sin la luz uno sólo destila tristeza. Los rayos de la mañana empiezan a dar calor y vida como si de una jungla se tratara, es necesario que aclaren sus cortinones, créanme sé de que les habló.
Convenció así a la mujer para hacer unas nuevas cortinas.
- Mi hijo ahora tendría tu edad!-le dijo el señor de la casa un día- pero era tan pizpireto y tan ávido de curiosidad que un día en el jardín lo dejamos jugando suelto y desapareció.
La señora lloraba y lloraba... todavía no había superado la pérdida de su hijo.
Puso en todas las estancias cortinones nuevos a juego con los edredones y los tapices. Hizo bordados en las toallas preciosos, con las iniciales de los señores.
En todas las estancias menos en una, la habitación del hijo perdido.
Cuando le tocó aquella habitación hizo una petición; "por favor, no me molesten para verla hasta que esté finalizada."
Pidió tela rosa, fucsia y diferentes gamas de brillantitos. Vistió la habitación con un gusto extremo, sin hacerla infantil sino más bien de adolescente. Con pétalos de flores cayendo por los cortinones y con hojas rosaceas y rojizas cual otoño ideal.
Un glamuroso retoque de brillantes como polvo de hadas resaltaba el entrar de la luz por la ventana.
En el cuarto de baño habría unas toallas con las iniciales de un niño no nombrado y un muchacho tampoco designado con nombre alguno. Tan sólo apodado "el muchacho del bosque". Las iniciales serían una uve "V".
V de Valentín, nombre que se le apareció en su primer flash sin ser tan sólo un recuerdo.
Todos quedaron ensimismados, apabullados y escandalosamente abrumados por el detalle con el que se había engalanado la alcoba del pequeño Valentín.
La madre lloraba, pero esta vez de alegría.
Sólo haría falta una prueba de ADN y toda la luz de la habitación sería para traer alegría aquella casa.
Contoles entonces el hijo su historia y tremendamente agradecidos fueron a ver a las tres ancianas para demostrar ampliamente su gratitud por haber hecho de Valentín un hombre de provecho, un gran artista de la costura.
El cual de mayor y gracias a la condición de sus padres llegaría a vestir a grandes modelos y hacerlas desfilar por las grandes pasarelas del mundo.
Marisol Andrade
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