miércoles, 14 de septiembre de 2016

HISTORIAS DEL AYER EN EL HOY

La cuesta que unía el caserío Gomeztio, también conocido en su día como caserío Atxa, con la calle Udalpe, era una cuesta con una inclinación muy pronunciada, podría llegar a ser hasta del 45%.
Hacia abajo, una niña de 6-7 años iba a buscar el pan y los recados que su madre apuntaba en un papel y que junto a un pequeño monedero, donde se guardaba el dinero y el papel de los recados, la acompañarían junto a una bolsita de tela marrón con flores, que se cerraba como formando una cartera.
Tres tiendas de comestibles había en la calle Udalpe. La primera era la de Luisa, según bajabas la cuesta a mano derecha. La segunda sería la de Pura, que junto a Mari Jose,  repartían el pan, las verduras, la charcutería, como una tienda pequeñita. Ellas estaban justo debajo del portal de mi amiga Hortensia.
Siguiendo la misma dirección de la acera, habría otra tienda, la de Isabel; era más moderna, porque la tenía ordenada como si fuera un supermercado. En aquella época, eso fue un ¡boom!. Que la gente no le pidiera a la dependienta directamente, sino que también pudiera andar por los pasillos y coger lo que uno quisiera, aunque luego lo tuviera que pagar en el mostrador.
En el medio de esas dos tiendas, la de Pura e Isabel, unas escaleras.
Un día como otro cualquiera, esa niña bajo a hacer los recados, pero antes de entrar en la tienda, dos niñas que también vivían en el caserío; Manuela, la gitana que le había enseñado a pedir y Juli, otra niña de su edad, estas dos últimas niñas abordaron a la pequeñaja de la bolsa marrón.
Manuela, le contó como habían pensado un plan para coger unos pastelitos de la Pantera Rosa a Isabel y le dijo a la pequeñaja:
- tú sólo tienes que distraerla.
La pequeñaja le dijó:
- no! yo no quiero formar parte de coger nada, yo voy a hacer mi recados y ya está!.
En esto, que la pequeñaja entra en la tienda y sus dos amigas entran por detrás, pero la pequeñaja se va enfrente del mostrador, hacia delante, para pedirle a Isabel los recados de su nota.
Le entrega su papel toda nerviosa, empieza a mirar hacia el lado izquierdo; que es donde Isabel en el último pasillo, al lado de la cristalera, zona que no se veía muy bien desde el mostrador, estaban ubicados los pastelitos de Tigretón y la Pantera Rosa. Fue el sitio que según cogían las niñas al entrar, a mano izquierda, ellas iban directas.
Muy nerviosa, la pequeñaja venga a mirar, venga a mirar hacia la zona donde se encontraban Manuela y Juli.
No sabía cómo decirle a Isabel, que mirara ella también. Isabel, le pregunto a Manuela:
- Manuela, ¿necesitas algo?
y Manuela, le dijó:
- no, no hay de lo que vengo a buscar!
Y se salieron para fuera.
La niña pequeñaja estaba nerviosa perdida, pero salió con sus recados hechos.
Encima de la tienda, había 4 pisos, si mal no recuerdo. Fuera estaba Manuela y Juli.
- ey, pequeñaja! te hemos guardado tu parte.
- ¿qué parte? yo no he pedido nada!.
Pero me la dieron y salieron corriendo. Encima de la tienda, había una señora en el primer piso de la derecha, que lo vio "todo", al igual que vio que esa niña que no comía muchos pasteles por aquello entonces pués sus padres no se lo podían permitir, abrió el pastel de la Pantera Rosa y se lo comió.
La niña se fue a casa esa misma tarde. Su madre bajaría a trabajar, a limpiar una de las casas que tenía, pero a la subida paró en la tienda y alguién le contó una historia que no llevaba la verdad,  bien contada. El resultado fue; que cuando llegó a casa, a una niña pequeñaja, de 6 a 7 años, la hebilla de un cinturón le enseñó que nunca debía mentir. Que las demás personas "siempre cuentan la verdad". Mi madre lo que había oído es que yo era una ladrona y los ladrones pagan. Mi madre pagó, no sé si el pastel que me comí o los tres pasteles. Yo sí pagué, la caja entera...
No fue la primera vez que el cinturón se marcaba como un tatuaje, sobre el cuerpo de esa niña, la primera vez fue: por haberse olvidado los padres la tele encendida una noche, dónde la programación se medía con dos X, XX, pero un niñ@ pequeñaj@, no entiende de X y mientras los padres cenan en una cocina con compañia y se dejan a los niño@s ver la tele, los niños hacen lo que en la tele muchas veces ven, aunque sea sexo. Eso abrió puertas; pero no puertas hacia la madurez como creen algunos, eso simplemente es la curiosidad de los niños, que no debe de ser castigada nunca con un cinturón y una zapatilla, sino educada desde el saber.
Los padres pueden cometer graves errores, todos los padres cometemos errores y no por ello se es; peor o mejor padre, lo que nos hace ser buenos padres es querer serlo y compartir cuando metemos la pata; para que no se de en otras casas.
Siguiendo con la historia, os diré que al día siguiente, después de recibir mi castigo en casa, debía de ir a la tienda de Isabel y pedirle perdón.
- Pero si yo, no he sido! yo no he tenido la culpa!
A mí nadie me oía.
- tú,  vete a la tienda de Isabel y pídele perdón y basta!
Yo con mi lacito rojo de feria,  que llevaba unos hilos dorados entrelazados, me fui a la tienda de Isabel.  Le entregué el papel con lo que le tenía que pedir y le dije:
- perdón! me ha dicho mi madre que le pida perdón.
Y ella me dijó:
- ves, al final eres buena chica!, sabes que yo tenía la razón.
  Le contesté:
- No Isabel! es porque me ha mandado mi madre, pero tú no tienes razón. Yo no tuve nada que ver y no te robe. Sí me comí el pastel, pero no te lo robe.
Así quedó la cosa, mi madre le contó a las otras dos madres lo que yo le había dicho, pero a las otras niñas se les vio muy feliz. Sólo que yo; no volví a confiar en ellas, da igual a qué jugarán, a mí ya no me interesaba su juego.
Así es como una aprende a ver la verdad y aprende a ver como se conforma la verdad y de donde se conforma.
Aunque vas a recibir en tu casa, aunque cuentes la verdad y vas a recibir del otro extremo, aunque cuentes la verdad. ¿Entonces, por qué contar la verdad?, si lo único que vas hacer es cobrar por ambos lados y no precisamente halagos.
Hoy día y durante mucho tiempo meditando y contando también alguna que otra mentirijilla, sigo apostando por lo mismo.
¿Por qué merece la pena contar la verdad? porque es mi prisma transparente, es lo que yo voy a defender.
Nunca le he deseado ningún mal a Isabel ni a Justo, su marido, por lo que me hicieron mis padres. Es más,  siempre se quedó ahí, pero para muchos como la señora de aquel primero de la derecha, la voz decía que esa niña era una ladrona. ¡Qué le vamos a hacer!. 
Años más tarde, la vida que es muy dura, golpeó a Isabel y Justo, los cuales han vivido junto a José Luis, su hijo afectado de esclerosis múltiple, (creo que era su afectación), una gran cuesta arriba; como la que yo tenía que subir a mí caserío, con una bolsa de tela, en la que la palabra ladrona hacía no más que pesar.
A pesar de todo ello, ya les contaré otro día, que mi madre y mi padre son;  los mejores padres del mundo, aunque se hayan equivocado en la forma de tatuar.
Hoy la bolsa de tela ha evolucionado y es una  mochila a la espalda, que va a hacer los recados, pero con la Verdad dentro.
Marisol Andrade.
PD: Hoy, 15 de Septiembre, me he acordado que ayer no comenté; yo debí verbalizar lo que estaba pasando a Isabel desde un principio (sería ser chivata) y en segundo lugar, cuando me dieron el pastel, no me lo debí comer, tenía que haberselo ido a devolver a Isabel (hubiera delatado a mis amigas).
Hoy, tras meditar una sabe; donde están los errores y cuales hubieran sido las posibles soluciones, pero todo tiene su: ¿por qué? Y su porque... lo difícil es que no se dan a veces en el mismo espacio-tiempo.
Igual les interesa:


No hay comentarios:

Publicar un comentario