Días de idas y venidas, donde viajar es un gran placer. Espero, las personas que tienen ese gran lujo lo sepan apreciar.
Algunas nos conformamos con viajar de otra manera, adentrandonos en los mundos conocidos de nuestros recuerdos. Ayí donde todo toma fuerza, despertando los sentidos adormilados que traen al presente momentos rodeados de; dulzura, placer, gozo, alegría, ternura, cariño,..., traen lo que se fue, pero aún vive en ti.
En estos días, yo me he acordado de mis abuelos, de los paternos y los maternos, pero me voy a enfocar en los paternos, con ellos descubrí cuanto aprendí a querer a la madre tierra.
Vivían a 17 km del pueblo, en una finca donde para ser alcanzada, el coche debía morder el polvo de un sendero que te lleva a los adentros de una naturaleza pura.
La mimosa alrededor de la casa, hacía que el mes de agosto, cobijará el coche al dejarlo a la sombra. Un amarillo y verde, garaje precioso.
Enfrente, el gallinero, pequeñito, donde las gallinas entraban y salían a su antojo, sin horarios, sólo con el reloj circadiano del sol.
A la derecha, una casa de piedra hecha a mano, roca a roca.
La entrada a ella rodeada de flores donde la vid y la parra creaban un techo para parar los rayos fuertes del sol. La iponema violeta, o "buenos días", enrredadera que rodeaba la puerta, los pendientes de la reina daban colores; rosas, violetas y blancos, algún que otro naranja de las caléndulas también destacaba. El tomillo y el perejil daban olor, bajo una pequeña ventana siempre entreabierta.
El portón siempre dispuesto a dar la bienvenida, donde dos recámaras son lo único que había.
La primera sirve de cocina y comedor, donde las paredes empapeladas de viejos periódicos te cuentan y recuerdan que eres uno más del mundo. Suelo de pizarra, piedra grande, ancha y negra, donde un gran surco determina que hay un lugar donde se puede hacer fuego. Las cazuelas y menaje variado colgados a modo de restaurante vanguardista, una cortina daría paso a la recámara interna, donde apenas dos camas de matrimonio albergarian a las familias que querían pasar sus vacaciones.
Cuando no había sitio, se hacía y la sala de entrada también servía para echar un colchón en el suelo y disfrutar a nivel familiar....que todo se escuchaba, que no había paredes que separaran....que las risas nos hacían de unión y las historias contadas llegaban a todos por igual.
Otra instancia fuera de la casa, servía para hacer fuego del que calienta el puchero, ese forjado en hierro fundido y con tres patas, que a modo de marmita nos iba a deleitar con los mejores sabores de una tierra extremeña, frontera misma con Portugal. Fuego alimentado de madera noble, que insuperablemente generaba las comidas con los sabores más intensos que yo he probado jamás; hoy día la inducción no llega ni al 10 % de ese despertar de los aromas en el olfato y en las papilas gustativas. Mucha modernez, pero con poca intensidad a salud y naturalidad.
Me llega el aroma del café de puchero, ese donde un carbón negro adereza lo rico de complementar la cafeína. Desde pequeñita me daban café, no me gustaba el cola-cao, ni el nesquik, ni la leche sola...me gustaba lo intenso, el sabor a despertar la vida. Café que junto a la leche de cabra, recogida a primera hora de la mañana, me revitalizaba hasta tal punto, que la energía era yo misma.
Se prepararia el puchero de la comida, desde primera hora, para estar al fuego un buen tiempo. Se haría lo dispuesto por mis abuelos. Ellos determinarian que comeriamos en función de lo dispuesto por la tierra y el tesón del trabajo.
Siempre recordaré que mi abuelo, aunque era cazador, decía que no se debía coger sin medida y coger lo que uno quería.
Era la tierra y la época quien determinaba que coger y siempre con medida de lo recogido y dando las gracias por poderlo coger.
Me viene el recuerdo, del arroz con liebre, yo que después de tantos años no le tengo cojido el punto al arroz, no se me olvida lo rico de aquel arroz negruzco por la sangre de caza...no me olvido del lujo de comer; un pollo de corral del que come gusanos, restos de peladuras de frutas y verduras y maíz. No me olvido de esas verduras que plantadas en huerta, eran regadas a primera hora, según despuntaba el sol y tras el ordeñar del rebaño cabras, o bien a última hora...cuando ya el sol no va a quemar el verde de las hojas mojadas que se llenan de gotas de agua.
El hacer del queso a mano, con mi abuela, manos gruesas, trabajadas, de venas grandes y anchas que apretaban el cuajo dentro de un molde redondo y sacaban el suero más rico nunca probado.
El sabor de los encurtidos hechos en tinajas de barro, tinajas de Alibaba. El olor de la fruta recogida del árbol.
Árboles a los que me subía como si fuese una chimpace habilidosisima, donde el miedo no me paraba para tocar sus copas. Había veces, que incluso comía la fruta del propio árbol. ...manzanas, melocotones, injertos, ciruelas....jajajajaja jajajaja hasta probé una aceituna...pero su amargor me enseñó que no es de las que se come directamente. Mis abuelos me decían que comer la fruta al sol tan caliente podría darme diarrea....jajajaja jajaja pero yo era capaz de comerme el árbol entero.
Um! la higuera era mi favorita! que dulces eran las primeras brevas (todavía quedaba algunas para ese mes, de segunda tirada) brevas negras que frente al higo verde guardaban mayor sabor. No había ninguna que se me resistierá allí donde estuviera, allí iba arrastrandome sobre la rama....jajajaja era un dulzor adictivo. Mis piernas todas marcadas...rozaduras, morados, raspones ... piernas de señorita de campo.
Cuantas horas...mirando las tierras desde esos altos.
Al lado de la higuera un poco de agua natural, emanada cual manantial más limpia que la marca Evian. Rica no, lo siguiente! Siempre fresca. La salamandra negra y amarilla del fondo del pozo, filtraba las impurezas que allí caian. El pez rojo que en él vueltas daba, limpiaba más superficialmente. Me pasaba horas mirandolos, tumbada en el suelo y viendo como las moscas que se posaban caian en una cadena trófica.
A la derecha del pozo, una pila de piedra pequeñita, a la cual daba el sol todo el día. Piedra de sillería...servía para lavar la ropa o dejarla emblanquecer con la fuerza del sol. Pero otras veces, la llenaban de agua y aunque era pequeña, nos metíamos para refrescarnos.
No me abre torrado al sol, días y días, a la hora en la que los mayores echaban la siesta. Allí mi cuerpo cogía el color canela intenso, casi negruzco a veces....pasaba horas oyendo cantar a las chicharras, oliendo la higuera, envuelta en aroma de frutales y escuchando como el pez burbujeaba en el pozo de agua fresca, mientras me achicharraba con los rayos más poderosos que calientan a la madre tierra.
Ni el mismísimo Da Vinci ...me ganaba a despertar los sentidos. Ni el mismísimo Miguel Angel ...se imaginaría un lienzo tan perfecto.
Los olivos verdes, al lado de las hileras de las vides....contraste que abría los ojos del alma. Los higos chumbos enfrente de la casa....rojos, verdes, amarillos...según su maduración; que bonito cuando todo vive a un ritmo tan lento.
Jajajaja jajajaja recuerdo el día que me caí al pozo, al que servía de abrevadero para animales. Andaba pescando ranas desde su alto, quería cogerlas, verdes muy verdes, muy saltarinas, como yo!
Salté sin darme cuenta, casi me ahogó, menos mal que tenía bastante agua. Mi abuela oyendo mis gritos de auxilio y socorro, la pobre apareció buscandome con un rollo de papel higiénico, de ese de lija...marca "Elefante", jajajaja jajaja. Hoy me río. Yo muriendome y mi abuela pensando que estaba en apuros en la letrina detrás de la casa.... salí de aquella, como tantas veces he salido en la vida....con mi esfuerzo.
Por último, recuerdo una de las noches más bonitas en mi mente. Las pleyades harían su aparición. Yo y mi abuelo cogeriamos las hamacas y posicionandonos fuera de la casa, donde el firmamento era el techo más hermoso que podíamos tener, esperábamos ansiosos esa lluvia de estrellas.
Mi abuelo me decía que fuera pensando en que desear.
Manto azul marino lleno de pequeños diamantes brillantes, que empezando a caer hacían dilatar las pupilas en la oscuridad.
Nos reíamos y señalando al cielo gritabamos: aquí, allí, esa esa como cae,...mira que rastro deja!
Precioso!! Y pedí mi deseo: "No quiero tener que desear nada en la vida....ya tengo todo"....jajajajaja jajaja pobre niña inocente!! no sabía que tendría que desear todo....y pidió la Nada.
Cuando no puedo viajar (desde ya hace muchos años)....a veces este es mi refugio, aquí encuentro mi rincón lleno de aromas, de color, de sensaciones vivas que me hacen sentir feliz, en compañía de seres que habiendo partido ....aún me llenan los ojos de lágrimas para luego traerme paz interna.
Agua en los ojos que traen recuerdos...
Viajen, viajen mucho...allí donde puedan, pero siempre buscando la Felicidad! para poder revivir, ya que algún día son esos mismos recuerdos los que les harán viajar.
Marisol Andrade.
Algunas nos conformamos con viajar de otra manera, adentrandonos en los mundos conocidos de nuestros recuerdos. Ayí donde todo toma fuerza, despertando los sentidos adormilados que traen al presente momentos rodeados de; dulzura, placer, gozo, alegría, ternura, cariño,..., traen lo que se fue, pero aún vive en ti.
En estos días, yo me he acordado de mis abuelos, de los paternos y los maternos, pero me voy a enfocar en los paternos, con ellos descubrí cuanto aprendí a querer a la madre tierra.
Vivían a 17 km del pueblo, en una finca donde para ser alcanzada, el coche debía morder el polvo de un sendero que te lleva a los adentros de una naturaleza pura.
La mimosa alrededor de la casa, hacía que el mes de agosto, cobijará el coche al dejarlo a la sombra. Un amarillo y verde, garaje precioso.
Enfrente, el gallinero, pequeñito, donde las gallinas entraban y salían a su antojo, sin horarios, sólo con el reloj circadiano del sol.
A la derecha, una casa de piedra hecha a mano, roca a roca.
La entrada a ella rodeada de flores donde la vid y la parra creaban un techo para parar los rayos fuertes del sol. La iponema violeta, o "buenos días", enrredadera que rodeaba la puerta, los pendientes de la reina daban colores; rosas, violetas y blancos, algún que otro naranja de las caléndulas también destacaba. El tomillo y el perejil daban olor, bajo una pequeña ventana siempre entreabierta.
El portón siempre dispuesto a dar la bienvenida, donde dos recámaras son lo único que había.
La primera sirve de cocina y comedor, donde las paredes empapeladas de viejos periódicos te cuentan y recuerdan que eres uno más del mundo. Suelo de pizarra, piedra grande, ancha y negra, donde un gran surco determina que hay un lugar donde se puede hacer fuego. Las cazuelas y menaje variado colgados a modo de restaurante vanguardista, una cortina daría paso a la recámara interna, donde apenas dos camas de matrimonio albergarian a las familias que querían pasar sus vacaciones.
Cuando no había sitio, se hacía y la sala de entrada también servía para echar un colchón en el suelo y disfrutar a nivel familiar....que todo se escuchaba, que no había paredes que separaran....que las risas nos hacían de unión y las historias contadas llegaban a todos por igual.
Otra instancia fuera de la casa, servía para hacer fuego del que calienta el puchero, ese forjado en hierro fundido y con tres patas, que a modo de marmita nos iba a deleitar con los mejores sabores de una tierra extremeña, frontera misma con Portugal. Fuego alimentado de madera noble, que insuperablemente generaba las comidas con los sabores más intensos que yo he probado jamás; hoy día la inducción no llega ni al 10 % de ese despertar de los aromas en el olfato y en las papilas gustativas. Mucha modernez, pero con poca intensidad a salud y naturalidad.
Me llega el aroma del café de puchero, ese donde un carbón negro adereza lo rico de complementar la cafeína. Desde pequeñita me daban café, no me gustaba el cola-cao, ni el nesquik, ni la leche sola...me gustaba lo intenso, el sabor a despertar la vida. Café que junto a la leche de cabra, recogida a primera hora de la mañana, me revitalizaba hasta tal punto, que la energía era yo misma.
Se prepararia el puchero de la comida, desde primera hora, para estar al fuego un buen tiempo. Se haría lo dispuesto por mis abuelos. Ellos determinarian que comeriamos en función de lo dispuesto por la tierra y el tesón del trabajo.
Siempre recordaré que mi abuelo, aunque era cazador, decía que no se debía coger sin medida y coger lo que uno quería.
Era la tierra y la época quien determinaba que coger y siempre con medida de lo recogido y dando las gracias por poderlo coger.
Me viene el recuerdo, del arroz con liebre, yo que después de tantos años no le tengo cojido el punto al arroz, no se me olvida lo rico de aquel arroz negruzco por la sangre de caza...no me olvido del lujo de comer; un pollo de corral del que come gusanos, restos de peladuras de frutas y verduras y maíz. No me olvido de esas verduras que plantadas en huerta, eran regadas a primera hora, según despuntaba el sol y tras el ordeñar del rebaño cabras, o bien a última hora...cuando ya el sol no va a quemar el verde de las hojas mojadas que se llenan de gotas de agua.
El hacer del queso a mano, con mi abuela, manos gruesas, trabajadas, de venas grandes y anchas que apretaban el cuajo dentro de un molde redondo y sacaban el suero más rico nunca probado.
El sabor de los encurtidos hechos en tinajas de barro, tinajas de Alibaba. El olor de la fruta recogida del árbol.
Árboles a los que me subía como si fuese una chimpace habilidosisima, donde el miedo no me paraba para tocar sus copas. Había veces, que incluso comía la fruta del propio árbol. ...manzanas, melocotones, injertos, ciruelas....jajajajaja jajajaja hasta probé una aceituna...pero su amargor me enseñó que no es de las que se come directamente. Mis abuelos me decían que comer la fruta al sol tan caliente podría darme diarrea....jajajaja jajaja pero yo era capaz de comerme el árbol entero.
Um! la higuera era mi favorita! que dulces eran las primeras brevas (todavía quedaba algunas para ese mes, de segunda tirada) brevas negras que frente al higo verde guardaban mayor sabor. No había ninguna que se me resistierá allí donde estuviera, allí iba arrastrandome sobre la rama....jajajaja era un dulzor adictivo. Mis piernas todas marcadas...rozaduras, morados, raspones ... piernas de señorita de campo.
Cuantas horas...mirando las tierras desde esos altos.
Al lado de la higuera un poco de agua natural, emanada cual manantial más limpia que la marca Evian. Rica no, lo siguiente! Siempre fresca. La salamandra negra y amarilla del fondo del pozo, filtraba las impurezas que allí caian. El pez rojo que en él vueltas daba, limpiaba más superficialmente. Me pasaba horas mirandolos, tumbada en el suelo y viendo como las moscas que se posaban caian en una cadena trófica.
A la derecha del pozo, una pila de piedra pequeñita, a la cual daba el sol todo el día. Piedra de sillería...servía para lavar la ropa o dejarla emblanquecer con la fuerza del sol. Pero otras veces, la llenaban de agua y aunque era pequeña, nos metíamos para refrescarnos.
No me abre torrado al sol, días y días, a la hora en la que los mayores echaban la siesta. Allí mi cuerpo cogía el color canela intenso, casi negruzco a veces....pasaba horas oyendo cantar a las chicharras, oliendo la higuera, envuelta en aroma de frutales y escuchando como el pez burbujeaba en el pozo de agua fresca, mientras me achicharraba con los rayos más poderosos que calientan a la madre tierra.
Ni el mismísimo Da Vinci ...me ganaba a despertar los sentidos. Ni el mismísimo Miguel Angel ...se imaginaría un lienzo tan perfecto.
Los olivos verdes, al lado de las hileras de las vides....contraste que abría los ojos del alma. Los higos chumbos enfrente de la casa....rojos, verdes, amarillos...según su maduración; que bonito cuando todo vive a un ritmo tan lento.
Jajajaja jajajaja recuerdo el día que me caí al pozo, al que servía de abrevadero para animales. Andaba pescando ranas desde su alto, quería cogerlas, verdes muy verdes, muy saltarinas, como yo!
Salté sin darme cuenta, casi me ahogó, menos mal que tenía bastante agua. Mi abuela oyendo mis gritos de auxilio y socorro, la pobre apareció buscandome con un rollo de papel higiénico, de ese de lija...marca "Elefante", jajajaja jajaja. Hoy me río. Yo muriendome y mi abuela pensando que estaba en apuros en la letrina detrás de la casa.... salí de aquella, como tantas veces he salido en la vida....con mi esfuerzo.
Por último, recuerdo una de las noches más bonitas en mi mente. Las pleyades harían su aparición. Yo y mi abuelo cogeriamos las hamacas y posicionandonos fuera de la casa, donde el firmamento era el techo más hermoso que podíamos tener, esperábamos ansiosos esa lluvia de estrellas.
Mi abuelo me decía que fuera pensando en que desear.
Manto azul marino lleno de pequeños diamantes brillantes, que empezando a caer hacían dilatar las pupilas en la oscuridad.
Nos reíamos y señalando al cielo gritabamos: aquí, allí, esa esa como cae,...mira que rastro deja!
Precioso!! Y pedí mi deseo: "No quiero tener que desear nada en la vida....ya tengo todo"....jajajajaja jajaja pobre niña inocente!! no sabía que tendría que desear todo....y pidió la Nada.
Cuando no puedo viajar (desde ya hace muchos años)....a veces este es mi refugio, aquí encuentro mi rincón lleno de aromas, de color, de sensaciones vivas que me hacen sentir feliz, en compañía de seres que habiendo partido ....aún me llenan los ojos de lágrimas para luego traerme paz interna.
Agua en los ojos que traen recuerdos...
Viajen, viajen mucho...allí donde puedan, pero siempre buscando la Felicidad! para poder revivir, ya que algún día son esos mismos recuerdos los que les harán viajar.
Marisol Andrade.
Obrigada Manuela! Sempre pra frente! Mesmo con uma sorriso!
ResponderEliminarBehijinos minha prima linda!