lunes, 14 de marzo de 2016

HISTORIAS DEL AYER EN EL HOY

Entre 7 y 8 añitos, una niña junto a su amiga la gitana "la pavala". Manuela, si mal no recuerdo, era su nombre en realidad.
Ambas bajaban el camino que unía su caserío, con la civilización. Se dirigían a pedir fruta a una de las empresas qué había en el barrio; frutas Uribe. Valentín, el dueño del almacén de frutas, siempre que íbamos a pedir, nos daba aquella fruta que estaba más madura que iba a perecer pronto. Qué bien nos venía a nuestras familias en tiempos de necesidad. Después de pedir en el almacén de fruta, nos acercábamos a otro almacén; el del Eroski. Se encontraba en la misma calle, al fondo, mirando hacia las fábricas. Allí las reponedoras tiraban todos los productos a un contenedor, porque iban a caducar o perecer. Nosotras pedíamos esos yogures caducados y pedíamos las latas de conserva y todo lo que se pudiera aprovechar. Aprendí mucho de aquella buena gitana; a pedir con dignidad y no a robar.
Cuándo subíamos lo hacíamos por la Iglesia; porque tenía un sendero tras ella, que surcaba un pequeñito bosque y nos llevaba a casa más rápido.
Un día que fuí a pedir yo solita, mi madre me mandó darle al párroco de aquella iglesia, una botella de vino. Mi madre una católica hasta las trancas.
Creo recordar que llevaba una caja de fresas y cuando me pare para darle la botella al párroco de aquella iglesia, nuestro párroco (procedente de Oñati, aunque designado en Mondragón), le toque a la puerta de la casa parroquial; pegada a la iglesia. Al otro lado del sendero había un caserío, era el del sacristán y su familia. Pero, no había nadie fuera del caserío.
Una voz me dijo: sube y yo subí. Al piso de arriba, las escaleras del lado izquierdo pero a mano derecha, enfrente dejaría otra sala. Allí estaba el cura y le dije lo que le traía de parte de mi madre. Empezó a decirme lo grande que yo  estaba, a acercarse a mí. Cuando de repente, me encontré con un hombre que me había bajado las bragas y me estaba tocando la vulva.
Apareció Mari, una de las catequistas que había entonces; la hermana de César, un compañero con síndrome de Down, en mi aula. Gracias a ella, me pude subir las bragas y salir corriendo; porque estaba paralizada, no entendía nada.
Seguí yendo a la Iglesia. No le conté nada a mis padres. No sé; si fue el miedo, la ignorancia, o él no querer hacerles daño. Ellos siempre han tenido fe en la Iglesia.
Seguí mi grupo de confirmación más adelante, e iba a la iglesia los domingos; aunque me quedaba siempre en los bancos de atrás, resguardada de mirar al altar, sólo escuchaba. Una imagen colgada en la pared de Jesús en la cruz era lo que quería ver; siempre le pedía sálvame de él.
Pasado el tiempo y entrados en el presente más cercano; me apunté a un grupo para afianzar el euskera, un grupo de gente de todas las edades y condiciones, que aman la lengua vasca. Allí habría un señor muy entrado en años, con gran sufrimiento en la vida. Un hombre bien respetado en lo que él denomina  su casa; Euskal Herria.
Ese hombre estando un día los dos solos en la taberna del barrio, ilargi, me comentó como hace unos años se solían juntar varios hombres en el txoko de un caserío. Amigos de todas las condiciones, entre ellos, un cura de Mondragón, que contaba sus aventuras con sus feligreses.
  Mira tu qué bien; paganos con católicos, qué más dará, que conversaciones más interesantes saldrán de ahí. Fué lo que pensé.
A la semana, creo recordar, tuvimos cena en otro barrio cercano al pueblo. Donde habría bertsolaris y pasaría una de las veladas más bonitas en tiempos. Pues, yo y mi marido, hace mucho que no salimos a cenar juntos; me apetecía salir. Mi marido se quedó con los niños y yo salí. Rodeada de buena gente comíamos arroz negro. En la mesa a mí derecha; este hombre mayor, a su derecha Mai(embarazada), una chica que había sido profesora de mi hijo, a su derecha su pareja, Iñigo. A mi izquierda, Peter, enfrente; su mujer(Arantzazu), Ainhoa y Mari Carmen (nuestra defensora del euskera a ultranza).
Nuestro querido amigo de la derecha, en una de estas me dice: a mí no me importaría coger la furgoneta e irme hasta mi caserío y volver.
Hay frases que se quedan en el cerebro. ¿Porqué me diría eso? yo le pregunté, si se le había olvidado algo. El simplemente se calló.
¿Fué una insinuación o sólo ha sido mi mente? ¿quizás escucho decir a un cura, lo fácil que era una niña y veía en la mujer de al lado aquella niña?.
No lo sé, la otra parte de la verdad la tiene él.
Es curioso; este hombre siempre me ha dejado claro que lo que yo dijera, no le iba a influir en la vida. De hecho, sus raíces las une y muy bien, a esta tierra. Los apellidos que van con ella, los remarca. Mi apellido no tiene su origen aquí, yo ya lo sé, pero eso no quiere decir; que yo no sea de aquí, eso también lo sé.
La simbología que une a este hombre a su entorno; es una serpiente enroscada en un hacha. Para algunos venerada en esta tierra, porque  la unen a la libertad de este pueblo. Otros, leemos que es un símbolo muy parecido al de la serpiente enroscada a una pila, como las farmacias, quizás quieran decir; aquí impartimos nuestra propia medicina, no lo sé.
Estoy en un pueblo de águilas y serpientes. Un mundo de conocimiento esotérico; arranoa eta sugea. Cada cual con su creencia. Hay un libro que dice; que llegará el águila que libere a la serpiente emplumada.
Coincidiendo en tiempo: yo estaba en las redes sociales, escuchaba como había gente que me decía; tú eres un águila, tú eres un águila. Cómo se ponen las cosas en la mente. verdad!
El instinto de un águila es comerse la serpiente;  con plumas o sin plumas. Pero como no somos; ni serpientes, ni aguilas, ni corderos u ovejas a las que nos deba guiar un pastor. Somos seres humanos a los que, nos distingue o lo que nos debiera distinguir, es el grado de humanidad.
Pero tengo un remedio que me lo ha enseñado un gran herpetólogo; Frank de la jungla, (que ojalá! no estuviera sufriendo lo que están sufriendo en esa familia). Todos los que le hemos visto, sabemos cuánto ama a las serpientes y que cuando alguna le ha echado el veneno, lo que ha hecho es; abrir un poco el vaso sanguíneo, succionar el veneno y escupirlo para fuera.  Cómo lo que he hecho yo!
Marisol Andrade.

No hay comentarios:

Publicar un comentario